Ayer, día 3 de mayo, un grupo de
poetas de la tertulia “Puerta abierta a la imaginación" y del grupo “Poetas de
Ahora”,colaborando con un evento social organizado en defensa del Medio Ambiente,
fuimos leyendo poemas en distintos puntos de la playa
gaditana de La Caleta y del castillo de
Santa Catalina.
Fue una velada muy agradable que
permanecerá para siempre en nuestra memoria.
De las fotos que hice he creado
este video, cuya banda sonora son los
poemas que yo recité en esemágico
lugar. Con los poemas de todos los asistentes, vamos a editar unlibro que lucirá en lugar destacado en
nuestras vitrinas.
El tren Correo de Andalucía entró lentamente a las doce y diez en la estación, llenándola de humo y carbonilla de tal modo que se me irritaron los ojos. Había salido una hora antes de Cádiz enganchado a una locomotora de vapor negra, provista de una alta y gruesa chimenea cilíndrica, de cuya boca emanaba una espesa columna de humo que se tendía sobre los vagones y acariciaba los rostros y ropas de los pasajeros, quienes, asomados a las ventanillas, admiraban la bellísima fachada del edificio ferroviario jerezano.
Las brillantes bielas adosadas a las ruedas se resistían a detenerse y estas chirriaban bajo la presión de los frenos, lanzando bocanadas de vapor por ambos lados, envolviendo en una nube blanca a los curiosos y viajeros que ocupaban el andén.
El variopinto conjunto de personas que transitaba por los andenes se acercó al tren. Entre ellos había un grupo de soldados cargados con sus maletas de madera; un par de mujeres ofreciendo agua con un botijo a cambio de «la voluntad» y otras dos vendiendo molletes de Arcos y teleras de pan; empleados de RENFE caminando de prisa empujando carretillas cargadas de equipajes hacia los vagones de primera clase; viajeros buscando los vagones indicados en sus billetes; familias compuestas de varios miembros, que al igual que nosotros emigraban a otra parte; ancianos, mutilados de guerra y curiosos que no tenían nada que hacer y acudían a admirar el tren o a enterarse de quién llegaba o se iba; una gitana vieja recorría los vagones cargada con una caja redonda, de madera, llena de sardinas arenques tendidas una junto a otra formando un círculo, que la anciana ofrecía a los viajeros que estaban asomados a las ventanillas a peseta la unidad; la pareja de la Guardia Civil y la policía secreta, escrutando descaradamente los rostros y equipajes, alertas ante cualquier indicio sospechoso; el jefe de estación luciendo su uniforme azul, el silbato en una mano y el banderín en la otra; dos mujeres barriendo el suelo...
Al anunciar los altavoces la llegada del tren, mi madre y yo habíamos abandonado la sala de espera y estábamos ya casi el final del andén, frente a los vagones de tercera clase. En la puerta de uno de ellos vimos un cartel que decía Madrid: en ese debíamos montarnos.
El tren permaneció en la estación media hora, durante la cual se acomodaron los pasajeros y se cargaron los cofres y sacas en el vagón de Correos. El calor de la caldera derretía el recubrimiento protector de las traviesas de madera de las vías y una mezcla de olor a resinas y alquitrán impregnaba el aire. En el andén, algunos viajeros se despedían de los amigos o familiares que les habían acompañado a la estación; otros lo hacían desde las ventanillas de los vagones.
Cuando llegó la hora, el jefe de estación tocó el silbato y levantó la banderita; la máquina del tren respondió con un fuerte silbido, al tiempo que lanzaba un chorro de vapor por la válvula que empujaba el pistón engarzado en la biela de tracción de las ruedas, y el tren Correo de Andalucía se puso en marcha exhalando sonoros suspiros.
De los entresijos de mi memoria afloraron recuerdos de un viaje anterior, realizado diez años antes en el mismo mes y con el mismo frío. Entonces yo acababa de cumplir los seis años y mis ojos observaban todo lo que sucedía con el asombro natural de la infancia: era la primera vez que salía de mi pueblo, la primera vez que viajaba en coche, la primera vez que caminaba por una gran ciudad en cuyas calles, de aceras amplias y pavimentadas, lucían los naranjos y las tiendas. Cádiz bullía de actividad: mujeres que entraban o salían de los comercios, hombres tomando café y coñac en las tabernas, limpiabotas sentados en las puertas de las cafeterías, hombres en bicicleta, motos con sidecar, camiones cargados de toneles, muebles o materiales de construcción, turismos, taxis, coches de caballos... Era la primera vez que mis retinas capturaban imágenes de almacenes, talleres mecánicos, escaparates de ropa con maniquíes, guardias de tráfico, semáforos... Y fue la primera vez que me monté en un tren…
De mi novela «Cuando España despierte», disponible en Amazon:
¡Buenos días, amig@s! Después de dos fines de semana ricos
en eventos culturales, iniciamos otra con la primavera ya bien asentada, con
sus árboles y jardines florecidos y mis geranios llenos de vida y pidiendo marcha.
Ellos miran desde el alféizar mientras escribo, y cuando
vuelvo mi rostro hacia ellos se agitan de un lado a otro, lo cual interpreto
como un saludo. Estoy seguro de que si ellos hablaran me dirían: ¿Y hoy qué
tontería vas a publicar? Porque los seres vivos siempre llevan dos caras: la amable de cara al
público y la interior, que es la que nos mueve y nos gana.
El pasado fin de semana tuvo
lugar el XX Encuentro de Poetas en Red,en la ciudad de Bailén.
Han sido tres días de compartir
poemas, gastronomía, visitas a museos, monumentos y centros culturales,
incluida una representación viva de la batalla de Bailén en el año 1810.
He conocido a gente nueva en el
grupo y me he reencontrado con otros más veteranos. Juntos hemos pasado unas
jornadas inolvidables.
Mi colaboración con este festival
poético ha sido leer los poemas que presento más abajo, procedentes de este
blog e incluidos en mi poemario: “A CORAZÓN ABIERTO”.
De Bailén me traigo varios
obsequios, que acepté emocionado y alegraron mi alma: un bonito cántaro como el
que llevaba María Bellido lleno de agua fresca para los combatientes
bailenenses, que luchaban contra el invasor francés
en 1810, durante la batalla que da renombre a esta ciudad; una botellita de
Picualia, el famoso aceite de oliva virgen extra; un hermoso libro de relatos
del poeta-escritor Juan Risueño: "En cierto sentido"; varios folletos
explicativos de la riqueza cultural y gastronómica bailenense; mi credencial
para participar en los actos programados y cuatro ejemplares de la Antología de
poemas leídos durante el Encuentro. Porque en estos Encuentros no solo se leen versos y
se come bien, también se comparte amistad y literatura. ¡Casí ná!
BATALLADEBAILÉN
Con altanera mirada
hacia lastierras andaluzas
se dirige el buen gabacho
reprimiendo escaramuzas.
Ignora el francés Dupont
la valentía de un pueblo
dispuesto a donar la vida
antes que satisfacerlo.
Contempla desde los riscos
—insectos, sudor y sed—
a mujeres llevando agua
a soldados de Bailén.
Quema el sol hasta en la sombra,
cual fuego abrasala piedra…
Busca donde cobijarse,
¡mas no encuentra árboles, nihierba!
El sudor impregna las faldas,
de las bellas bailenenses.
"Al invasor francés, ¡ni agua!"
Gritan ellas en el frente.
Hendidos todos sus flancos
llora por primera vez;
se rinde el general galo
ante el pueblo de Bailén.
PLANTADO
Esperando enla Gran Vía
quellegara mi musa buena,
mi esperanza y mi alegría.
se escaparon por la acera
Como una estaca en un prado,
la dulce hada me dejó,
¡allí mequedéplantado,
perdida toda ilusión!
¿Cuándo la volveré a ver?
¿Y qué voy a escribir yo,
si mi musa me abandona
y me rompe el corazón?
Dice que se va de viaje,
que me tome un buen
descanso, que la cosa no es pa tanto
¡Chiquillo, échale coraje!
Igual que a un policía al quehan robado la moto
-cara de candado roto-
se me ha puesto a mí la mía.
¡Ay que dolor, Virgen santa!
Se me parte el corazón
¿Cómo escribo yo un poema
si no me asiste mi amor?
¡Vaya plan el del poeta
que escribe sin ton ni son!
Es cual torre sin veleta
o Navidad sin turrón
A VECES, EL SOL SE NIEGA A SALIR
A veces, el sol se niega a salir. Está harto de alumbrar desiertos, de dar vida a corazones muertos
que insisten en querer vivir.
Harto de dorar la mies para el hambriento varado en una oscura playa
abrazado al cadáver de un hijo,
que murió en el intento
Atrás quedan las bombas, las zanjas,
los escombros y los muertos,
el polvo en el aire, truncados proyectos
y un armario lleno de sueños.
La Luna vierte lágrimas de rocío
sobre un mar embravecido que alimenta su voraz estómago
con náufragos entumecidos.
A veces, el Sol se niega a salir.
Le da vergüenza alumbrar campos
de refugiados con alambres de espino
mientras policías ametrallan pateras.
Al Sol ya no le atrae la bella Europa,
es una puta que cada día cuenta el dinero
obtenido fornicando
en las esquinas
con los Señores de la Guerra.
Mientras tanto, en Idomeni, un niño
tirita de fiebre tendido en el suelo
JUAN PAN GARCÍA, DERECHOS RESERVADOS Safe creative Comons