jueves, 14 de abril de 2022

SONETO A UN GORRION.





Gorrioncillo que descaradamente
 acudes piando a mi triste ventana 
cuando desayuno cada mañana
 pidiéndome migas, muy exigente.

 Quiero que sepas, mi fiel compañero
 que tú formas parte de mi familia 
el amor por los tuyos nos concilia, 
conocer a tu prole pronto quiero.

 Si comida no hallas en el asfalto
 ni cobijo de la lluvia y el frío
 si el campesino ya no siembra trigo

 Tu sitio en mi ventana no es falto
 para ti, las migas yo desperdigo
 viendo tus polluelos crecer con brío

sábado, 9 de abril de 2022

LA SEMANA SANTA

 La Semana Santa, como la Navidad, significa para mi  vacaciones y reencuentros familiares, aprovechando los  puentes de sus días festivos. Y por tal motivo estamos esperando hoy la llegada de uno de mis hijos, su esposa   y mi  nietecita, quienes ya habrán salido de Madrid..

Lejos quedan ya los años en que presenciaba las procesiones desde la tribuna del SEU, en la calle Larios de Málaga, de las cuales comparto el siguiente recuerdo, que cuento con muchos más detalles en mi libro “Carretera y manta. Memorias de un emigrante español retornado:                                    

                   "La Semana Santa solía quedarme solo en el internado, pues los demás alumnos procedían de los pueblos de la provincia de Málaga y sus padres venían a por ellos para llevarlos a pasar las vacaciones en familia. En la Semana Santa del año 1958 llegó un autocar de Getafe con cuarenta oficiales del Ejército del Aire para ver las procesiones malagueñas.


Siguiendo órdenes del Gobierno, el director había invitado a los pilotos a usar la escuela como residencia de estudiantes, ocupando los dormitorios de mis compañeros.


Uno de ellos era novillero y había llegado a torear en la plaza de toros de Córdoba. Se llamaba Luís Rodríguez y era natural de Salamanca. Cada noche, cuando terminaban de pasar las procesiones por la calle Larios, tomábamos chocolate con churros todos juntos en una cafetería situada enfrente del Málaga Cinema.

Luís me parecía un hombre muy triste, siempre estaba como ausente. Un día le pregunté si le ocurría algo y me dijo que tenía un amigo maletilla, con quien había compartido noches de luna toreando clandestinamente en la dehesa, que se había enamorado de la hija del dueño del cortijo donde él trabajaba. Y hubo problemas. Tantos, que se marchó del pueblo y ahora nadie sabía dónde estaba. En los días siguientes Luis, confiado, me narraba historias curiosas de su vida como maletilla.

Yo intuía que el maletilla enamorado era él, y ante la imposibilidad de casarse con la hija de un adinerado ganadero, se había marchado del pueblo para ingresar como voluntario en la Aviación Nacional.

Terminada la Semana Santa, los aviadores retornaron a Getafe.

Dos semanas más tarde recibí una carta de Luis con una foto dedicada, donde se le ve toreando un novillo en la plaza de toros de Córdoba, y yo presumía ante mis profesores y compañeros de tener un amigo torero.


En febrero de 1959 ingresó en el internado un chico de doce años, llamado José Santos, uno de los pocos supervivientes de la rotura de la presa de Ribadelago (Zamora), donde había perdido a toda su familia. El Gobierno le había concedido una beca en la misma escuela que estaba yo para que aprendiese un oficio. Tres días antes de la Semana Santa todos los internos se marcharon de vacaciones menos él y yo, que vivíamos lejos de Málaga.

Para mí, era el cuarto año que permanecía en la escuela durante las vacaciones de Semana Santa, y el primero que estaba acompañado. El internado nos abrumaba, se nos hacían largas las mañanas en un edificio tan grande y solitario. Las tardes no eran mejores, pues a las dos, tal como hizo conmigo los años anteriores, venía a por nosotros Carlos Soto, un celador del internado, para llevarnos a ver las procesiones en una tribuna del SEU (Sindicato Español Universitario), instalada en mitad de la calle Larios. Allí nos entregaba sendos bocadillos de sardinas y un botellín de zumo de naranja y nos abandonaba para irse con la novia, no sin antes hacernos prometer que no nos moveríamos de nuestro asiento hasta que él regresara a por nosotros.

O sea: llegábamos a las tres de la tarde y permanecíamos en la tribuna viendo pasar cristos y vírgenes, nazarenos y bandas de cornetas militares hasta las dos de la madrugada. Y eso un día y otro, desde el lunes hasta el sábado.

El Jueves Santo, hartos de ver siempre lo mismo, nos escapamos y nos fuimos a la playa. El agua estaba helada pero nos bañamos. Como no teníamos toallas, nos secamos luego al sol.

Aquel día justamente, el celador fue a la tribuna con la novia para ver desfilar a la Legión con su Cristo de la Buena Muerte y a la Virgen de la Esperanza. Nos llevaban un trozo de bizcocho que ella había hecho para merendar. Al no hallarnos se puso muy nervioso, pero intuyendo que nos habíamos cansado de las procesiones y habíamos regresado a la escuela fue a buscarnos. Nosotros aún no habíamos llegado, y al no encontrarnos tuvo mucho miedo de que nos hubiese pasado algo y él, como responsable nuestro, perdiera el empleo.

Llamó a la Guardia Civil y denunció nuestra desaparición, pero al parecer le respondieron que debía esperar tres días antes de denunciar, dando por supuesto que nosotros mismos regresaríamos en breve.

Cuando aparecimos en la escuela Carlos nos arreó tal bofetada, que a mí se me hinchó la cara y Joselito sangraba por la nariz y la boca.

A partir de ese día ya no se separaba de nosotros. La novia venía a buscarnos en un coche de caballos y todos juntos nos íbamos a pasar un rato en la tribuna. A la hora de la merienda, nos sentábamos en la terraza de una cafetería cercana para tomar un refresco con chanquetes, y luego regresábamos a la grada. Al finalizar las procesiones en la madrugada, íbamos a tomar chocolate con churros.


jueves, 7 de abril de 2022

¡COMO EN ANDALUCÍA, NO HAY NÁ!

 





Residía yo en Valencia
Y desayunaba café y magdalenas
¡Ay que pena, qué pena!
Juanillo ten paciencia.

Trabajaba yo en Madrid
Y al bar yo me bajaba
Café con porras desayunaba
¡Ay cuánto pienso en ti!

¡Ay que pena, ay que pena!
Lejos de mi Andalucía
Mi corazón se encogía
Sufriendo mi condena.

Trabajando en Salamanca
Sin saber qué desayunar
¡Ay mi tostada, cuánto me faltas!
Café con leche y un croisant.

¡Ay que pena, ay qué pena!
Qué triste vivir lejos de ti
Mi Andalucía querida
Sin ti me siento morir.

Por fin me vine a El Puerto
Y aquí me jubilé
Ahora donde quiera me siento
Y desayuno como un rey.

Hoy ha sido en el Bar Liba
Café con leche y media tostada
Con aceite virgen extra de oliva
O manteca colorada.

¡Qué alegría, qué alegría!
Disfrutar del Sol y el mar,
de zaguanes con que soñar
En mi bonita Andalucía.

Juan Pan García 7/4/2022