Tomándome el aperitivo yo estaba,
cerveza cero, cero y jamón,
y llega mi Carmen y arroja
las galeras vivas en la cazuela.
¡Ay qué dolor!
Al instante me ha venido a la mente
que en el África negra a mi también
apresado por una tribu demente
mí cuerpo enterito se quisieron comer.
Me despojaron de la ropa
y sin lavarme siquiera, me echaron en la olla.
¡La leña ardía crujiente bajo mis pies!
Afuera hacía frío, y allí dentro estaba calentito,
por eso yo, de momento, no me quejé
hasta que el agua empezó a hervir:
¡Me cago en vuestros muertos, negritos!
–bailando dentro, yo les grité—
Los negros, ninguneándome, añadieron sal y un cienpies.
Entonces yo me encomendé al Santísimo
y con lágrimas en los ojos le supliqué:
¡Venga ya, tío, haz un milagrito, joér!
Y al instante se alumbró mi lucidez:
Estáis perdiendo el tiempo, amiguitos
—le dije a un tío, que más feo no podía ser—
Ya me probaron una vez y no estoy bueno.
¿Veis esta señal? —la cicatriz del apéndice les mostré—
Pues lo que falta se lo comieron vuestros compañeros,
y la palmaron después, pues mi cuerpo es veneno.
Y vino el hechicero, y me miró por delante y por detrás
Me tocó las nalgas relamiéndose de gusto
pero al ver los güevecillos, ¡se echó a llorar!
Al final me sacaron, me pidieron perdón
y me invitaron a comer: carne de serpiente,
rata ahumada y escarabajos. ¡Qué fatigas, Señor!
No te entiendo, Dios: ¿Me salvas de un perrito y me echas un león?
Entonces, llegando ronca de las nubes oí Su voz:
¡Gilipollas, estás vivo! ¿Qué más puedo hacer yo?
Y es verdad, gracias a Él, aquí sigo estando yo.
©Juan Pan García, el mesmo del otro día