El río Sil,
Porque hace una semana subí hasta Galicia y me detuve en Pereiro, un pueblo ubicado a 940 kilómetros de mi casa, para asistir a la boda de la pareja Rubén–Paula.
Todo salió perfecto. Fue un día inolvidable, y no sólo para los contrayentes, sino para todos los que pudimos ver con nuestros ojos el gran amor que existe entre ellos.
Durante tres años estuvieron viéndose en Internet, chateando y pasando el tiempo en videoconferencias y charlando por el móvil. Fueron clientes extraordinarios de Telefónica y Wanadoo, quienes se enriquecieron a sus costas. Cada cinco semanas viajaron para encontrarse, alternándose, unas veces ella bajaba hasta Cádiz; otras, él subía a Orense.
Llegó el día en que no podían resistir la lejanía y Rubén buscó trabajo en aquel pueblo y se fue a vivir junto a ella.
El día 13 de octubre se casaron. A pesar de haber cerca de allí preciosos conventos y monasterios, ellos decidieron casarse por lo civil en un hotel-restaurante de su pueblo, “Los caracoles”, un lugar muy bueno, acogedor y que dispone de un jardín con una preciosa cabaña preparada para realizar bodas.
Ese día, hasta el cielo gris y lluvioso gallego se puso de acuerdo en no derramar ni una gota de lluvia y brillar con un sol espléndido sobre el jardín donde Rubén y Paula se unían en matrimonio.
Numerosos invitados del novio se desplazaron desde Cádiz, Barcelona, Castellón y Valencia para compartir la felicidad del inolvidable acontecimiento.
A la una y treinta de la tarde, el novio y la madrina esperaban a la novia en el jardín nupcial. La novia se retrasó los minutos de rigor, para llegar luego en un coche deportivo rojo.
El jardín estaba lleno de invitados, que al ver llegar a la novia se acercaron a recibirla y, embelesados, aplaudieron su belleza mientras avanzaba al encuentro del novio, quien la esperaba junto al altar de ceremonias, presidido por un funcionario del Ayuntamiento de Pereiro, desplazado hasta allí para celebrar el matrimonio. Un grupo de gaiteros amenizaba la marcha de la novia al encuentro de su amado.
La boda se celebró como previsto y se hicieron las promesas de rigor, se entregaron sus anillos y se besaron; luego, los recién casados abandonaron el lugar y se marcharon con los fotógrafos a un monasterio cercano para hacerse unas fotos. Mientras, los invitados esperaron tomándose un aperitivo en los jardines en una barra preparada para el evento.Degustamos jamón ibérico al corte, y queso al corte; pulpo a freira y a la vinagreta; canapés de bonito con tomate, huevos de trucha y huevo rayados; canapés de huevo con langostino y jamón cocido. De beber había chupitos de fruta, vinos de Ribeiro y refrescos.
Cuando regresaron los novios subimos al salón de bodas del restaurante, donde estaban preparadas las nueve mesas de invitados y la mesa de los novios y padrinos. Fueron 73 personas las que disfrutamos del espléndido y rico banquete que ofrecieron los novios. He aquí el Menú:
1º Cigalas cocidas, Bogavante a la plancha, Langostinos a la plancha, Vieiras gratinadas.
2º Rodaballo con salteado de verduritas. Sorbete de mandarina; Entrecot de ternera con patata risolada y ensalada.
3ºTarta nupcial y Tulipa con helado
Vinos de Mencia, Albariño, aguas, café, licores y Cava
El banquete estuvo amenizado por una orquesta formada por una pareja de cantantes, que mostraron su repertorio y quienes, después de la comida, nos acompañaron en el salón de baile, donde permanecimos, disfrutando de barra libre, hasta la 1´30 de la madrugada. Al grupo de amigos gaditanos lo tuvieron que echar porque era la hora de cerrar y no había forma de agotarles el ansia de beber ni de cantar chirigotas y sevillanas.
Rubén, Paula: os deseo muchos años de felicidad y amor.
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